jueves, 18 de septiembre de 2008

HISTORIA DE LOS JAPONESES EN EL PERU

Friso alusivo al inicio de la inmigración japonesa al Perú. 
Foto: Arturo Gómez.


Poder, fama y reconocimento social. Nikkei en espacios públicos y políticos del Perú

Autora: Doris Moromisato, vía Discover Nikkei

Durante cien años la presencia japonesa estuvo presente en todos los espacios del Perú, pues sus integrantes incursionaron en diversas áreas públicas. Desde una pionera huelga en 1899 hasta un presidente nikkei que gobernó diez años el destino del país, pasando por deportistas, políticos y legisladores. Si bien es cierto que la comunidad nikkei siempre ha sido noticia, también es cierto que ha mantenido una relación ambigua de integración y distancia con sus compatriotas peruanos. Esta dualidad o doble estrategia de supervivencia (de hermetismo étnico y carisma social) resulta muy interesante, pues relata la habilidad de los y las descendientes de japoneses que exitosamente han manejado su imagen de fuerte apego al Perú sin abandonar sus raíces japonesas. La consigna parece haber sido: para que no se destruya el espacio propio (la comunidad nikkei) hay que copar los espacios públicos (la vida política y social del Perú).

Bajo perfil en los primeros años
Como en casi todos los países donde se establecieron como inmigrantes, en el Perú también los japoneses se mantuvieron alejados del poder público. Absolutamente todos abrigaban la idea de la transitoriedad y, si bien respetaban muchísimo los lugares a los cuales migraron, la cautela y el bajo perfil gobernaban sus vidas pues debían y querían retornar a sus territorios originarios. Salvo algunos sucesos que relata la prensa en 1899, como la huelga de un grupo de japoneses que trabajaba en la hacienda San Nicolás, sus integrantes trataron de vivir inmersos al interior de la comunidad japonesa que iban construyendo y en donde se brindaban mutua ayuda y aliviaban sus nostalgias reproduciendo ritos y costumbres de las diferentes regiones de Japón.

Sabían perfectamente que el poder en el Perú les era ajeno y que solo podrían gobernar sus vidas de humildes inmigrantes venidos de ultramar. Así que se dedicaron a construir una colonia que proyectaría la misma imagen que el Japón irradiaba al mundo. Pero el éxito económico les llegó muy pronto y el alarde se apoderó, sobre todo, de su clase dirigente. Además Japón vivía una fuerte etapa imperialista y expansionista que hacía que sus hijos se enorgullecieran de su poderío mundial. Entonces, la vanidad creció cual pompa de jabón. Los inmigrantes habían alcanzado la fortuna en el Perú y, aunque la fama los embriagaba, ahora lo que realmente deseaban era el reconocimiento social.

Un monumento nikkei en la plaza pública
El hombre más poderoso de la colonia japonesa en Perú se llamó Seiguma Kitsutani (Yamaguchi 1873 – Lima 1928). Existe amplia documentación que nos cuenta sobre su interesante vida1. A diferencia de la mayoría, él pertenecía a la clase acaudalada, había cursado estudios en las mejores universidades japonesas, conocía mundo y vino a instalarse en Perú para dedicarse al rubro textil y minero. Rápidamente entabló amistad con los hombres más poderosos (era muy amigo del presidente Augusto B. Leguía), ingresó a los círculos oligárquicos y su fama trascendió tanto que fue propuesto como alcalde de Lima por los propios limeños, pero lo rechazó caballerosamente. En menos de tres décadas era uno de los hombres más influyentes del Perú, hasta que la suerte le dio la espalda y el 24 de febrero de 1928, sumido en la bancarrota, realizó el rito del seppukku en su mansión limeña de la Quinta Heeren.

Seiguma Kitsudani
La gestión más recordada de Kitsutani se dio en 1921, cuando en nombre de la colonia japonesa tuvo la iniciativa de obsequiar al Perú un inmenso monumento rememorando al Inca Manco Cápac (según la leyenda fue el primer gobernador del imperio del Tahuantinsuyo). Pero eran tiempos en que Perú no quería recordar sus orígenes indígenas y más bien incentivaba la migración europea.

Aún hoy nos sorprende la seguridad y la audacia con que actuaron los inmigrantes japoneses para obsequiar tan cuestionada simbología. La comunidad japonesa tenía solo 22 años de instalada en el Perú y se atrevió a recordar al Perú sus raíces indígenas. Se conmemoraban los primeros cien años de vida republicana y las colonias extranjeras entregaron obsequios al Estado peruano que fueron colocados en espacios públicos de Lima, de alguna manera estos manifestaban la idiosincracia de estos grupos humanos y su relación con el Perú. La colonia alemana obsequió una alta torre con su imponente reloj en el Parque Universitario. La colonia italiana, un fastuoso Museo de Arte en el Paseo Colón. La colonia china una grandiosa fuente de agua, absolutamente europea. Por su parte, la colonia japonesa obsequió el mencionado monumento que solo pudo ser entregado en 1926 y que aún hoy se conserva en la misma Plaza.

Contrariamente a lo que esperaban los inmigrantes japoneses, este obsequio resultó subversivo y un insulto para la clase gobernante de la época que veía en la imagen del indio el atraso del país. La clase dominante no quería saber nada con el mundo andino y todo lo que no fuera occidental les recordaba el estado salvaje que supuestamente debían superar. Mal que bien, se podría entender que la intención de Kitsutani y su directiva, así como de la colonia japonesa, era ocupar un espacio público de la ciudad que les albergaba para sentir que una parte de este país también les pertenecía.

Después vino la guerra mundial y el clima de anti-japonismo se agudizó. Lamentablemente la fama y la fortuna se convirtieron en asuntos peligrosos, y por ostentar un poco de poder se podía terminar recluido en algún campo de concentración de Estados Unidos, Panamá o Ecuador. Una vez más, la colonia japonesa se vio obligada a recluirse bajo el manto del silencio.

Discreción, sensatez y profesionalismo
Una vez culminada la segunda guerra mundial, la generación nisei o de segunda generación seguía manteniendo un bajo perfil por experiencia propia o por recomendación de sus padres. Sus esfuerzos se encaminaron esta vez a la profesionalización y, a partir de la década del 50, destacarían como académicos, pequeños comerciantes o empresarios, rectores universitario y hasta deportistas. Fuere donde fuere, la consigna era mantenerse lo más lejos posible de la política.

Sin embargo, por el carácter organizado y vital de la colonia japonesa, resultaba imposible no destacar en el escenario público. En el área deportiva estalla el escándalo del ciclista Teófilo Toda, a quien en la década del 50 el presidente Manuel Odría le denegó el pasaporte peruano por no considerarlo representativo del Perú para un campeonato mundial en Uruguay. Triste e indignante episodio que esperamos no se repita nunca más con ninguna persona. De más grato recuerdo, está Olga Asato y el entrenador japonés Akira Kato, que revolucionó el voleibol peruano llevándolo a disputar medallas internacionales. El béisbol nacional fue y sigue siendo una bastión nikkei con Gerardo Maruy a la cabeza, en el tenis de mesa destacó Humberto Sugimizu, y en el fútbol habian y hay muchísimos jugadores.

Es a partir de 1980 que integrantes de la colonia nikkei sienten interés por los medios de comunicación y el espectáculo. Destacaron Alejandro Sakuda (diez años director de La República y actual director de Perú Shimpo), Alfredo Kato (por décadas responsable de la sección de espectáculos de El Comercio), Julio Higashi (por muchos años director de un noticiero televisivo), Susie Sato (conductora de un noticiero televisivo) o Romy Higashi, productora de televisión, entre muchos más.

El decenio del poder nikkei
Antes del decenio 1990-2000 solo hubo un legislador nikkei2. Con la elección de Alberto Fujimori como presidente del Perú, muchos integrantes de la colonia nikkei se animan a apoyarlo ya sea como congresistas, alcaldes, u ocupando ministerios o puestos claves en el gobierno. Aquí algunos nombres: Lucy Shinzato de Shimabukuro, Susana Higuchi, Samuel Matsuda, Ana Rosa Kanashiro, Daniel Hokama Tokashiki, Jaime Sobero Taira, Jaime Yoshiyama Tanaka, Josefina Takahashi, Luis Baba Nakao, Marco Miyashiro y muchos más.

De pronto, la televisión y la prensa se vieron invadidas de rostros nikkei en forma diaria. Sin duda, fue el decenio nikkei en la vida política y ninguno de ellos y ellas dejó de enarbolar la identidad nikkei, es más, parecía que hacían gala y alarde de ella como en los recordados años 20. Ser nikkei ya no era ninguna amenaza, no restaba nada sino más bien sumaba prestigio.

El mismo Alberto Fujimori aplicó esta misma fórmula ganadora. Vendió su imagen de nikkei como sinónimo de “honradez, tecnología y trabajo”3 para obtener los votos que lo consagrarían como presidente de la república. Después de su fuga y su nefasta renuncia por fax como mandatario del Perú, ¿será recomendable seguir enarbolando la identidad nikkei para incursionar en política?

Felizmente, la población peruana ha aprendido a ver a la comunidad nikkei como una suma de individuos y no la masa uniforme y compacta de hijos e hijas del sol naciente. Actualmente, al interior de la colonia japonesa existe menos hermetismo étnico pero felizmente persiste el carisma social. A diferencia de antes, temas como el poder, la fama o el reconocimiento social son asumidos por los mismos y mismas nikkei como asuntos individuales y no colectivos. La conciencia de transitoriedad ha sido reemplazada por la certeza territorial, y emitir una opinión ya no causa temor sino que sienten que es una obligación y un deber ciudadano. El espacio público y el poder ya está al alcance de la mano para la comunidad nikkei.

Notas

1. Este era el slogan de su partido político Cambio 90
2. Juan Kawashima elegido en 1979 para la Asamblea Constituyente, en la víspera del retorno a la democracia.
3. Rocca Torres, Luis. El espíritu samurai en la Quinta Heeren. Lima: Editorial Perú Shimpo. Junio 2002