jueves, 23 de octubre de 2008
LADISLAO ESPINAR
¿Quién fue Ladislao Espinar?
Autor: Jorge Paredes (El Dominical de El Comercio)
Pocos saben que la avenida que corre desde el óvalo Gutiérrez hasta Pardo, en Miraflores, lleva el nombre de un héroe de la guerra del Pacífico. Ladislao Espinar era cusqueño y Basadre lo describe como un hombre alto y arrogante, a quien Castilla lo había hecho avanzar de soldado a teniente coronel. Su participación en la Batalla de Dolores puede ser considerada épica. Después de capturar Pisagua, los chilenos marcharon hacia el interior y se apoderaron de la oficina salitrera de Dolores, donde tenían agua y provisiones. Las tropas bolivianas y peruanas, en cambio, iniciaron un penoso camino por el desierto hasta que al rayar la aurora del 19 de noviembre de 1879 avistaron a las huestes chilenas en el cerro San Francisco.
El enfrentamiento se produjo recién en la tarde en medio de órdenes y contraórdenes para atacar. Los aliados debían recorrer tres mil metros bajo un sol abrasador para tomar la pendiente dominada por los chilenos. Ahí surge la figura de Ladislao Espinar. Iba montado en su caballo, envuelto en un albornoz, como un monje, y ordenaba a sus soldados los sitios y a quienes debían disparar. El historiador chileno Vicuña Mackena relata: "cayó en ese momento el caballo del atrevido peruano atravesado por una bala; pero, sacudiéndose el polvo del gabán y enjuagándose el sudor del rostro, continuó la repechada gritando a los que le seguían: ¡A los cañones! ¡A los cañones!".
Basadre cita una carta del mayor chileno Salvo: "Sucumbió (Espinar) gloriosamente a pocos pasos de donde yo me hallaba contestándole con mi revólver los fuegos que me hacía con el suyo". Después de dos horas la suerte estaba echada. Los chilenos habían descargado 815 cañonazos.
El enfrentamiento se produjo recién en la tarde en medio de órdenes y contraórdenes para atacar. Los aliados debían recorrer tres mil metros bajo un sol abrasador para tomar la pendiente dominada por los chilenos. Ahí surge la figura de Ladislao Espinar. Iba montado en su caballo, envuelto en un albornoz, como un monje, y ordenaba a sus soldados los sitios y a quienes debían disparar. El historiador chileno Vicuña Mackena relata: "cayó en ese momento el caballo del atrevido peruano atravesado por una bala; pero, sacudiéndose el polvo del gabán y enjuagándose el sudor del rostro, continuó la repechada gritando a los que le seguían: ¡A los cañones! ¡A los cañones!".
Basadre cita una carta del mayor chileno Salvo: "Sucumbió (Espinar) gloriosamente a pocos pasos de donde yo me hallaba contestándole con mi revólver los fuegos que me hacía con el suyo". Después de dos horas la suerte estaba echada. Los chilenos habían descargado 815 cañonazos.